La guerra ya
no gusta. El olor a muerte cansa. Pero ninguno quiere convertirse en perdedor.
El Rey no quiere ser Príncipe, sin embargo dicen buscar la democracia. Dos
pueblos, dos Estados ¿a qué precio?
Lior Ben Dor, portavoz del Ministerio de exteriores de
Israel, interrumpe su discurso cuando el subconsciente le recuerda que la
guerra de su país es fea. “Sé que a ustedes no les gustará lo que digo, pero es
muy complejo”, nos repite de vez en cuando. El portavoz afirma que los israelíes
ya no están en contra de un Estado Palestino, sino que por el contrario lo
apoyan. Sin embargo, el concepto de echarle una mano a los que
serán “sus buenos vecinos de un futuro”, como él ha designado al pueblo
palestino, no es un concepto universal. ¿Cómo apoyarán al pueblo palestino, un
pueblo que según ha dicho, tiene el mismo derecho que Israel de conformar un
Estado? El señor Lior, así nos los ha explicado:
“El Estado Palestino podrá
convertirse en un Estado como tal si lo desmilitarizan. Ellos necesitarán
fuerzas policiales para establecer la ley y el orden en Palestina, pero ¿para
qué necesitan un ejército si nosotros ya no seremos sus enemigos y firmaremos
la paz?” Cuando
nuestras miradas hablan, y la duda se hace evidente, el portavoz añade la utopía
deliberada, “Si alguien va a atacarlos
nosotros vamos a defenderlos, pero nosotros necesitamos el ejército porque
¿quién asegura que Irán, Siria o Argelia vayan a estar de acuerdo?”
Sin embargo, Ben Dor dice que anhela un Estado Palestino, desea la paz. Una paz para el
poderoso, un conformismo para el débil. Un disfraz que nadie cree y que
evidencia un conflicto cargado de rencor, de ideas que se consideran más
importantes que las otras y de un final incierto.
Ivana Navarro
Ivana Navarro
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